Hoy, en Maná del Lunes, presentamos: CONSIDERANDO LA MARAVILLA DEL LIDERAZGO, una reflexión de Jesús Sampedro.
¿Cómo saber si eres un líder? Comprueba si hay alguien que te siga. Tener seguidores es la demostración de que se está llevando a cabo algún tipo de liderazgo. John Maxwell, autor de renombre mundial y autoridad en liderazgo, dijo una vez: «Si cree que es un líder y no hay nadie que lo siga, solo está dando un paseo». ¿Estás liderando o simplemente dando un paseo?
Al evaluar el impacto del liderazgo, hay una pregunta importante qué hacer: ¿De dónde sacan las personas el deseo de seguir y luego en verdad siguen a alguien? ¿Por qué no se conforman simplemente con trazar su propio camino?
Muchos líderes asumen que las personas los siguen por sus habilidades persuasivas, carisma, logros, ofertas, fama u otras cualidades o atributos. Esto suele ser cierto en el ámbito del liderazgo empresarial, donde los líderes suelen ser reconocidos en función de sus personalidades y logros personales. A la gente le gusta seguir a las personas que parecen hacer que las cosas sucedan.
Sin embargo, no siempre es así. Especialmente en el ámbito del liderazgo espiritual, es importante entender que es Dios quien hace que las personas deseen seguir, comiencen a seguir y luego sigan siguiendo a un líder en particular. Este es el líder que el Señor ha designado y ungido para Sus propósitos.
Fue el rey David de Israel quien reconoció que Dios es el que «…somete pueblos debajo de mí» [ver Salmo 144:2]. Incluso antes de asumir sus responsabilidades reales, David se dio cuenta de esto. Pero pudo experimentar este principio plenamente después de asumir el cargo como el nuevo rey de Israel, reemplazando al profundamente defectuoso rey Saúl.
El capítulo 12 de 1 Crónicas en el Antiguo Testamento de la Biblia presenta una descripción interesante de cómo el pueblo decidió ponerse bajo el mando de David, se unió a su causa y lo reconoció como el líder designado por Dios. Hasta ese momento, David había demostrado lealtad a Saúl, su predecesor. Estaba contento de confiar en Dios y poseía la determinación de cumplir la misión de su vida. Sin embargo, aún no contaba con la compañía necesaria de personas clave para acompañarlo en sus esfuerzos, especialmente un ejército que lo defendiera a él y a su pueblo de las facciones enemigas.
Para ganar los seguidores que necesitaba, David no puso anuncios en el periódico ni colocó carteles por toda la ciudad. Simplemente creyó que, así como Dios había provisto tantas otras cosas en su vida, el Señor proveería este «equipo» de personas necesario. El Señor se encargó de movilizar y dirigir a personas clave de todas las esferas de la sociedad israelita hacia David, para que aceptaran su mandato y se alinearan con su causa.
Leemos sobre esto en 1 Crónicas 12:22, que dice: «Día tras día más hombres se unían a David hasta que llegó a tener un gran ejército, como el ejército de Dios» [NTV]. David pudo entonces experimentar la maravilla del liderazgo, con Dios seleccionando y reuniendo un equipo de seguidores y colaboradores que poseían un carácter piadoso. Estos demostraron ser líderes fieles capaces de cumplir con las tareas que se les habían encomendado.
David se convirtió en un ejemplo vivo de un proverbio que su hijo, Salomón, escribiría años después, cuando él también había asumido el reinado de Israel. Salomón observó: «Cuando hay rebelión en el país, los gobernantes se multiplican; cuando el gobernante es entendido y sensato, se mantiene el orden» [Proverbios 28:2 NVI].