Hoy, en Maná del Lunes, presentamos: CONSEJOS PARA ENCONTRAR TU TESORO, una reflexión de Robert J. Tamasy.
¿Alguna vez has participado en una «búsqueda del tesoro»? Vienen en una variedad de formas. Algunos implican un mapa del tesoro toscamente dibujado como lo siguieron los piratas legendarios de hace siglos. Una «X» marcaba dónde se había escondido su tesoro. Algunas búsquedas del tesoro son progresivas y los «cazadores» se guían por una pista que apunta a la siguiente. En algunos casos, las pistas son crípticas: acertijos que hay que resolver antes de avanzar a la siguiente pista.
De una forma u otra, cada uno de nosotros estamos inmersos en una especie de búsqueda del tesoro, pero somos nosotros quienes definimos cuál es ese tesoro. En el mundo empresarial y profesional, el tesoro pueden ser ingresos y beneficios cada vez mayores. Algunos consideran su tesoro como un éxito profesional y una mayor compensación.
El tesoro para los demás consiste en la búsqueda de prestigio y poder. En muchos casos, el «tesoro» no viene con un mapa para encontrarlo. De hecho, puede ser un objetivo en movimiento. Por ejemplo, hace años a un magnate industrial conocido por su enorme riqueza le preguntaron: «¿Cuánto es suficiente?». Con un brillo en los ojos, separó ligeramente el pulgar y el índice y respondió: «Sólo un poco más».
Si alguien te preguntara cuál es tu «tesoro», ¿cómo responderías? Quizás no estés pensando en ninguna de las cosas enumeradas anteriormente. Podría ser tu familia, una posesión personal como un automóvil o una casa, o incluso alcanzar la excelencia en un pasatiempo. Quizás no estés seguro de qué es.
Hablando ante una gran multitud de personas, Jesucristo ofreció una manera sencilla de identificar lo que más atesoramos en nuestras vidas. Él dijo: «Donde esté tu tesoro, allí estarán también los deseos de tu corazón» [Mateo 6:21 NTV]. Dicho de otra manera, sin importar cuáles sean nuestras pasiones, aquello que nos motiva cada día, eso revela cuál es nuestro tesoro.
Mientras hablaba, Jesús también advirtió: «No almacenes tesoros aquí en la tierra, donde las polillas se los comen y el óxido los destruye, y donde los ladrones entran y roban. Almacena tus tesoros en el cielo, donde las polillas y el óxido no pueden destruir, y los ladrones no entran a robar» [Mateo 6:19-20 NTV].
¿Cuáles son los tesoros que la polilla y el óxido pueden destruir? Cualquiera de las cosas materiales que podamos apreciar, como un automóvil, una casa, joyas, ropa y los muchos «juguetes» que podemos encontrar para divertirnos. Incluso los filántropos que donan grandes sumas de dinero y ponen sus nombres en hospitales, edificios universitarios o estadios deportivos podrían ver algún día que sus nombres serán eliminados tan pronto llegue un donante más grande.
Pero, ¿cuáles son las cosas que se pueden almacenar en el cielo, aquellas que la polilla y el óxido no pueden destruir? Ted DeMoss, un sabio líder del CBMC hace años, solía decir: «Las únicas dos cosas que durarán por la eternidad son la Palabra de Dios y las personas». Si eso es cierto, entonces a medida que avanzamos cada día, dirigiendo nuestros negocios y cumpliendo con nuestras responsabilidades laborales, nunca debemos perder de vista la búsqueda de hacer avanzar la Palabra de Dios y tener un impacto eterno en las vidas de las personas que encontramos y con quienes nosotros trabajamos.
El misionero Jim Elliot, uno de los cinco misioneros asesinados en 1956 mientras intentaba evangelizar a una tribu primitiva en Ecuador, escribió en su diario: «No es tonto el que da lo que no puede retener, para ganar lo que no puede perder». Sabía con certeza dónde estaba su tesoro. No fue en éxito, fama o aclamación, sino en servir fielmente a su Dios. Años más tarde, miembros de esa tribu –los Aucas– se convirtieron en seguidores de Cristo.